Este año la navidad no es lo mismo. Y eso que el alumbrado es mucho más colorido y luminoso que otras navidades. Pero no lo encuentro especial. Tampoco destaca el hecho de volver a casa pues hace semanas que regresé, aunque los anuncios propios de estas fechas se empeñen en demostrar lo contrario. Las compras navideñas se han vuelto una tarea odiosa. Quién lo iba a pensar viniendo de una mujer. Incluso fantasear con las expectativas del 2015 se me ha hecho imposible en estos últimos días. Tal vez porque tenía claro que entre esos deseos ya no podrías estar tú.

Ha sido un 2014 de finales pero no todos tan dramáticos como puede evocarnos la palabra final.

En los 365 que dejo atrás he tenido de todas las clases de finales que te puedas llegar a imaginar. Finales triunfantes, satisfactorios, pero también finales inesperados, deseados y de los que se veían venir. Esos por nombrar algunos. Pero si hay alguna modalidad entre todas las posibles que se lleve la palma ha sido la de los finales forzosos. Aquellos en los que, por más que lo intentes, sabes que poner punto y final es la mejor solución al problema o no problema, según tu grado de histeria en ese momento.

Y es cierto que de todo se aprende. Aunque todavía no he entendido bien lo de 'Querer es poder'. Porque mira que este año he querido, y que quiero... pero no habrá sido suficiente. Al menos este año no.

Eso sí, hace tiempo aprendí que después de un final lo que viene es el comienzo de una nueva etapa. Por lo que, si no he entendido mal, el 2015 será todo lo contrario: el año de los comienzos, de las cosas nuevas, del cambio.

¿Cuántas horas faltan para eso? Estoy deseando despeinarme.

En el mundo se gastan al año unos 2,500 millones de euros en lencería y entre las prendas más vendidas se encuentra el sujetador. En las últimas semanas ha estado en boca de todos el desfile de la firma Victoria's Secret cuyos protagonistas indiscutibles, además de los famosos ángeles, fueron los dos sujetadores joya o 'Fantasy Bra' valorados en cerca de dos millones de euros cada uno. Este y otros datos curiosos sobre el fashion show podéis encontrarlos en este enlace.

Pero este no es el motivo de la entrada sino la celebración centenaria de la aparición del sujetador. Fue en 1914 cuando surgió el sujetador como hoy día lo conocemos. Pero su historia no comienza ahí. Ya la mitología griega habla de que Afrodita ofreció su cestus o ceñidor (tira que se colocaba bajo el pecho realzando la figura) a Hera a cambio de la reconquista por el amor de Zeus.

No fue hasta el siglo XVI cuando nació el corset, una prenda que se utilizaría durante siglos y que reducía la cintura de las mujeres a medidas imposibles ya que las afinaba entre los 12 y los 32 centímetros. Además de ello, ejercía sujeción al pecho

Pierre Poiret sería el invertor en 1907 de un armazón de alambre fino y telas sedosas que sentó las bases del futuro sujetador. Esto marcó un antes y un después y fueron numerosos los cambios que hasta día de hoy ha sufrido esta prenda íntima. El invento se popularizó años más tarde gracias a Mary Phelps Jacob, una it- girl del momento que confeccionó un sujetador especial para una de sus puestas de largo y causó tanto furor que decidió realizar más para sus amigas y conocidas hasta que, en noviembre de 1914 vendió la patente a la Warner Brother Corset Company por 1.500 dólares.

A partir de ahí, la renovación en los textiles, la forma de los tirantes, incluso su forma han ido variando hasta los modelos que hoy día conocemos y que no sólo se utilizan como prenda íntima sino que son objeto de todas las miradas y comentarios.

Pero, a pesar de acompañar a la mujer durante tanto tiempo, 9 de cada diez mujeres no conocen su talla y contorno y 7 de cada diez llevan un sujetador que no es de su talla. Es por esto por lo que SAYFIT, grupo dedicado a la divulgación de conocimientos sobre corsetería, ha creado una App para smarthphone que permite a las mujeres averiguar su talla de sujetador.

Así que si estas pensando en ese 'autoregalo' especial en estas fechas no lo dudes, que estamos de celebración. ¡Larga vida al sostén! 

Desde pequeña había pensado que las estaciones de autobuses tenían algo especial. Y el término no conlleva sólo connotaciones positivas. Lo cierto es que, a parte de darme mucho miedo, cosa que he ido superando gracias a los numerosos viajes y horas en ellas, también me han parecido los lugares más maravillosos del mundo.

Son el punto de partido de los sueños, de las grandes esperanzas. Son el primer y el último beso de la persona a la que amas después de tanto tiempo. Son el nexo de unión, la plataforma en la que se protagonizan los reencuentros más esperados y las despedidas más amargas. Son una vía de escape, de fantasía hacia lugares nuevos, hacia la desconexión. El reflejo de la sociedad, sin más. 

Pensaba, amenizando mi espera, en el número de personas que viajaban conmigo. Pongamos que eran unas sesenta. Todas ellas con sus historias, con los motivos que le habían llevado a aquel viaje. La mayoría tenían la misma cara que yo. Se les salían las ganas de la maleta. Otros parecían resignados a hacer, de nuevo, ese trayecto. Había quienes ese era el primer trayecto hasta su destino pues les quedaba un poco más lejos que el mío.

Y yo, que tantas y tantas veces me había imaginado en ese viaje, dejé de fantasear con las razones que condicionaban al resto y me paré a pensar en las mías propias, en aquella estación y en aquel viaje. Una parte era consciente del motivo del mismo y estaba feliz de que fuera ese y no otro. Pero mi otro yo, aquel al que le puede el subconsciente, pensaba en que estarías allí, esperando junto al andén y no pude evitar sentirme nerviosa e impaciente al pensar en cómo sería nuestro reencuentro.